¿Libertad religiosa o religiosos libres?


Una vez corrió la noticia de la posible aprobación a una Ley para la Libertad Religiosa el sector cristiano y la comunidad LGBT se pusieron en un mismo acuerdo sin darse cuenta. En su mayoría, desaprobaron la medida. ¿Por qué? Indiscutiblemente, la aprobación de la misma traería consigo mayor oportunidad al discrimen que a libertad personal, religiosa o social.
En el Proyecto de la Cámara 2069, la libertad religiosa es definida como el derecho a la libertad de culto o el ejercicio libre de la religión “que comprende tanto el derecho de actuar como el de abstenerse de actuar, de acuerdo a las creencias religiosas que se ostentan”. Sin embargo, no establece un panorama claro para la justicia y el bienestar social, tanto para un sector como para otro. Como trabajadora social y como cristiana (Yes! I am!) entiendo que la política funciona así; un modo de distracción al pueblo de los eventos que verdaderamente ocurren de manera interna. Por tal razón, este escrito no contiene propósitos políticos, sino más bien humanos.
Siempre me pregunto en qué afecta a la iglesia los derechos a la comunidad LGBT. ¿No se supone acaso que como cristianos cuidemos de ellos, así como en los tiempos bíblicos a quienes tenían cualquier necesidad? Jesús rompió nuestros esquemas legales y decidió sanar leprosos y perdonar pecadores, incluso en el Día de Reposo. ¿Nos creemos acaso superiores a las necesidades emocionales y sociales de otras personas? ¿O será que el amor es exclusivo para un solo grupo de personas que nos agraden?
De igual manera, me pregunto en qué le afecta a la comunidad LGBT los derechos a la iglesia. Cuando en esencia, el rol eclesiástico debería ser uno de posibilidades para el crecimiento social tal como una institución social que representa una fuente de amor, fe y esperanza. Al parecer, en este tiempo no es bien visto y para nada cool ser cristiano. De pronto, se ha desatado una guerra clara y un rencor a cualquier persona que profese su fe, asegurando que “todos son iguales”.
En ese sentido, nos debería preocupar más que haya la necesidad de crear leyes para evitar tener contacto directo con personas con creencias opuestas a las propias. Si seguimos considerando mejor opción la abstención de acercarnos a quienes piensan distinto, acabaremos por crear más murallas y fronteras. No pongo en duda que el proyecto se haya creado con una intención distinta, sin embargo, claramente ambos sectores lo consideraron en su mayoría inapropiado. Tanto para la comunidad LGBT, quien debe recibir libremente los servicios que requiera sin ningún tipo de discrimen. Como para la iglesia, quien también debe tener la oportunidad de practicar su ejercicio de fe tal como lo haya aprendido, siempre y cuando, al hacerlo, no destruya los derechos de otros.
Aspiro a no tener que llegar al punto de tener que ocultar mi fe. Aspiro a que nunca tenga que ocultar mi manera de amar, sea cual sea.
Por lo tanto, que nuestra liberad provenga de nuestro ser y que nuestra ley principal sea el amor. El amor que trasciende las demás leyes, el amor que unifica y dignifica a cada ser humano. Que cada relación sea creada de manera saludable. Ahí está nuestra verdadera libertad.
