La vida: El mejor obsequio


Semana Santa nos recuerda el momento en que nuestro Señor Jesucristo se ofreció como sacrificio para nuestra salvación. Emociones de agradecimiento y de celebración llenan nuestros corazones al recordar una de las hazañas más reconocidas e importantes en la historia de la humanidad. Hoy, podemos disfrutar de una vida plena y con la confianza de que, no importando las circunstancias, nuestro Padre que está en el cielo siempre velará por nosotros. Nos aferramos a la seguridad de que tendremos paz ante la tormenta y vida en abundancia. Pero, ¿has llegado a pensar, que sería de ti si no hubieras conocido a Dios?
Es difícil pensar en nuestra capacidad de enfrentar los retos que se nos presenta en la vida. Nuestra humanidad y sus emociones nos traicionan cuando pensamos que tenemos las fuerzas para decidir y actuar con sabiduría y carácter. En el momento más crítico, caemos, y muchas veces por reaccionar de la manera incorrecta causando una inseguridad constante a lo largo de nuestra vida. Cuando unimos todos estos factores, olvidamos cuán importante es conocer nuestra posición en el reino de los cielos y sobre todo, olvidamos nuestra identidad.
Si vemos este escenario de una perspectiva diferente, el tan sólo saber que nuestro Padre está observando y consciente de nuestras necesidades y retos, no tomando en consideración nuestras caídas, sino con la seguridad de que podemos levantarnos para Su Gloria, nos brinda la paz que sobrepasa todo entendimiento. Apreciamos su lealtad, su misericordia, su amor, su dedicación en la ruta de hacernos dignos de cumplir con Su voluntad y realizar tareas que nadie pensaba que éramos capaz de hacer. Porque, quién mejor que nuestro Padre para conocer nuestro interior y estar dispuesto hasta de entregar a Su Hijo para nuestra salvación.
Así de justo es Dios, que nos ha dado como obsequio la vida, para cumplir con Su voluntad y con el propósito de llevar las buenas nuevas para que todo aquel que declare y crea que Jesús es el Señor sea salvo. Y es que Su amor es uno tan grande que ante la aflicción nos da la capacidad de glorificarle actuando sabiamente y siendo de testimonio para los demás. Ese mismo amor lo mostramos cuando ayudamos al prójimo, perdonamos, escuchamos, abrazamos y obsequiamos nuestros talentos para bendecir a los que nos rodean. Un amor que sólo una madre/padre pueden entender. Es por esto que es indispensable en nuestra sociedad que mostremos como amar, no tan sólo al prójimo, sino comenzando con el ejemplo perfecto, nuestros hijos.
El hecho de participar del proceso de brindar vida a nuestros niños desde los comienzos en el vientre hasta la apertura de sus ojos en su llegada al exterior, es la forma más impresionante de imitar a nuestro Padre. No tan solo le brindamos el obsequio de la vida, sino que es la muestra de amor más gratificante y el don del Señor que más disfrutaremos día a día.
Y la Palabra lo valida en Salmos 127:3 “He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre” (LBLA). Y como todos los dones que provienen del Espíritu, es importante que tengamos cuidado constante y que seamos capaces de desarrollarlos para Su gloria. Así que darles la oportunidad de vivir y tener cuidado de ellos no es no tan sólo un derecho sino un acto puro de amor.
Es por eso, que en esta Semana Santa, además de recordar el amor inmenso que nuestro Padre tuvo por nosotros al entregar Su Hijo para nuestra salvación, es importante que valoremos el obsequio de la vida. Brindemos la oportunidad a nuestros hijos a conocer el amor de Jesucristo y seamos el manto de seguridad y protección para ellos al igual que nuestro Padre lo es con nosotros. Valoremos sus habilidades y sus dones por encima de sus caídas. Guiémosle por el camino correcto y encontrémosle dignos cuando otros duden de su capacidad. Seamos causa de paz en sus vidas para que puedan actuar sabiamente en momentos de retos y de aflicción. Y no dejemos de mostrarle el amor inmenso que sentimos hacia ellos para que entiendan que la vida es el mejor obsequio.

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