Cuando lo incorrecto es tolerable


Los eventos diarios de un país cuentan la narrativa de lo que su estructura social carece. Si vemos que el porcentaje de pobreza es alto, podríamos deducir que la estructura socioeconómica de ese país carece de atención o su diseño no se adhiere a la realidad social. Así mismo, si el porcentaje de hurtos es alto, podríamos deducir que la educación, la seguridad, entre otros, no están siendo efectivos en el desarrollo de los individuos y su ambiente. Es por eso, que el realizar estudios constantes de nuestro entorno social es muy importante ya que nos muestran los indicadores de como nuestra sociedad reacciona ante los recursos a los que cada individuo tiene acceso en el día a día. Por ejemplo, podríamos evaluar el desempeño gubernamental, o quizás si las campañas de salud están siendo efectivas o si la cantidad de individuos con educación superior incrementa o disminuye a través de los años. Y aunque podría mencionar otros ejemplos, estos datos deberían de utilizarse para un enfoque, y es que nuestra sociedad evolucione. Ahora, ¿qué ocurre cuando la evolución no es parte de la ecuación?
Recuerdo cuando asistía la escuela elemental, ver como algunos compañeros cometían atrocidades ya sea golpeando a otros niños, poniendo el pie para que se cayeran y terminaran con los dientes rotos, o le robaban sus meriendas, pero en ocasiones eran justificados por tener “buenas calificaciones”. Escuchaba las frases “mi hijo no es así” o “algo le hicieron para que el reaccionara así” o “él tiene buenas notas, dudo que haya hecho algo así”. Y aunque la misericordia paternal era expresada a veces, la omisión de las consecuencias de sus actos causaba que estas situaciones empeoraran con el tiempo. Ya veíamos como los eventos se repetían y sabíamos que si ese compañero hacia una “maldad” no le iban a corregir. Lo que no entendía entonces, es que estaba presenciando un ejemplo de cómo se crea una tendencia de tolerancia hacia lo incorrecto.
Hoy vemos como la violencia y los actos pecaminosos incrementan en nuestro país. Curiosamente, estos actos han sido tolerados y hasta promovidos frente a nuestros propios ojos. Hemos visto como las líricas explícitas de algunas canciones ya son hasta reproducidas en lugares de acceso infantil promoviendo violencia y lujuria. Acogimos la pornografía y el material obsceno y lo hicimos parte de nuestra naturaleza sin importar las repercusiones que conlleva en nuestras vidas y en el matrimonio. Nos acostumbramos a la morbosidad, a tal extremo que preferimos grabar eventos de violencia para nuestro protagonismo y disfrute. Nos criamos con mentalidad de venganza mientras nos enseñaban a vivir con la frase: “al que te dé, le das más duro”. Y en vez de responsabilizarnos y corregir nuestra actitud hacia la vida, preferimos justificar nuestras acciones disfrazando las mismas como un derecho de expresión tomando en consideración que nuestras emociones son más importantes que el bienestar humano. Siendo esto una muestra clara de que no hemos utilizado nuestras experiencias como pueblo para evolucionar efectivamente, sino que preferimos tolerar lo incorrecto y ligarlo a nuestra cultura, inclusive, llegando a pensar que somos así desde el nacimiento.
Inclusive, algunos han llegado al nivel de promover lo que llamo la “empatía disfrazada” hacia aquellos que idolatran para justificarlos por igual en sus hazañas erróneas. Lo vemos cuando permitimos que políticos sean posicionados en el gobierno nuevamente o como comentaristas en programas televisivos luego de estar involucrados en actividades delictivas. O cuando calificamos al delincuente de la esquina como “buena gente” porque financia regalos de Navidad para los niños. O cuando artistas son involucrados con actos repugnantes y seguimos consumiendo su contenido. Entonces la barra de “cuan malo debe ser” para no promover una figura de esta índole se corrompe convirtiéndose así en un plato de melancolía y tolerancia. Y aunque considero que debemos de resaltar lo positivo de cada uno de nosotros, no creo que debamos de cohibirnos de corregir al que actúa de manera incorrecta y de esta forma brindarle una oportunidad de autoevaluarse, aceptar su error y levantarse con miras a operar en beneficio suyo y de la sociedad.
Y es que el hecho de que seamos libres es una gran responsabilidad que no podemos dar por sentado. Debemos tomar postura, responsabilizándonos así de nuestras acciones y de cómo nos proyectamos ante la sociedad. Delinear un plan de progreso diario que no cuente con elementos ligados a nuestras emociones y que puedan culminar siendo obstáculos en nuestro entorno. Utilizar nuestras experiencias como referencias al momento de tomar decisiones y realizar un análisis crítico antes de decidir que consumir, que promover y a quien respaldar. No permitir que presiones de terceros afecten nuestra posición moral y no temer a perder la aceptación de los que se autoproclaman como la voz del pueblo pero que no actúan en beneficio de este. Luchar día a día por la vida, la familia y por nuestra libertad, pero, sobre todo, entender que cuando lo incorrecto es tolerable, nuestra estructura social se corrompe afectando así a todos los componentes sociales de los que dependemos para evolucionar como sociedad.

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